Es esencial recurrir a la historia y poner de manifiesto aquellos episodios trágicos, donde si hay un perdedor es sin duda el ser humano. Y recurrimos a ellos con el propósito de aprender de los errores, de no volver a tropezar con la misma piedra y que hay muchas soluciones sin tener que llegar a la violencia. El mes de octubre fue testigo del final de una de las guerras más sangrientas que se conoce. Corría el año 1918, el mundo estaba en guerra y Europa, concretamente, abatida… La Primera Guerra Mundial llegaba a su fin… Situados en un contexto marcado por rivalidades imperialistas, el origen de este guerra tuvo lugar, cuatro año antes, cuando fueron asesinados en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando de Austria, heredero del trono, y su esposa. Debido a esto, Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia; también entraron en guerra Alemania apoyando al bando austriaco (más tarde se uniría Italia formando la Triple Alianza) y Francia, Inglaterra y Rusia que eran partidarios del bando serbio (conocidos como la Triple Entente). Fueron cuatro años de duras batallas, hubo grandes combates navales, se empezó a utilizar la aviación como medio de combate y arrojó la escandalosa cifra de 10 millones de muertos. Sin duda alguna, la entrada de Estados Unidos a favor de la Triple Entente hizo que la balanza se declinara a favor de este bando, significando la derrota de la Triple Alianza. En octubre de 1918 el gobierno alemán propuso la paz, que no será firmada hasta un año después con la firma del Tratado de Versalles. Este tratado estableció las condiciones de paz: Alemania cedía numerosos territorios a otras naciones, prescindía de un ejército y tenía que hacer frente a cuantiosas indemnizaciones. Cualquier guerra apunta directamente a nuestra conciencia, los seres humanos tenemos que ser conscientes de los actos irracionales que podemos cometer por ansiar el poder. No hay otro camino que la paz.
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