Siempre me gustó el fútbol. Desde muy pequeño imaginaba jugadas y las intentaba en el recreo del colegio. Si me salían bien las memorizaba y así fui acumulando un gran número de ellas. Soñaba con ser un gran jugador.
Conforme fui creciendo, me di cuenta que el fútbol era un deporte de conjunto por lo que debía redoblar esfuerzos en entender el juego más que en mejorar mis capacidades.
Tenía una concepción de mi mismo como un jugador rebelde ya que no me gustaba que me encasillaran a ninguna posición, quería libertad para interpretar por mi mismo dónde le hacía falta a mi equipo ayuda para acudir; a lo Di Stéfano (salvando las distancias, claro está). También fui excéntrico para seguir a pies juntillas la encomienda que tenía por parte de los entrenadores, quería yo mismo descubrir los caminos y las soluciones.
Ya de juvenil y de senior, al corroborar que mis cualidades eran insuficientes, sobre todo la física, se me despertaron en mis adentros la posibilidad de ser entrenador de lo que más me apasionaba del mundo.
Me consideraba con una pequeña dote de adivinador del acontecer de cada jugada, sentía que iba un segundo por delante. Me decía una y otra vez, este juego debo entenderlo mejor y para ello voy a estudiarlo al máximo.
Así fue. Hoy día puedo decir orgulloso que he tenido la inmensa fortuna de ostentar todos los niveles posibles de exigencia académica del fútbol y, también orgulloso decir que, siendo así, aún no sé nada de este deporte comparado con todo lo que me queda por descubrir del mismo. Igualmente, estos 17 años como entrenador que me han dado para entrenar absolutamente todas la categorías posibles (desde iniciación hasta seniors) y aún así, cada sesión de entrenamiento supone para mi una reválida para seguir avanzando.
Todo ello me ha servido para forjar un pensamiento futbolístico, lo que cada uno llevamos como arjé de lo que queremos ser en la vida, en este caso la deportiva. Mi filosofía sobre este deporte es pulible pero asentada y consolidada. Y lo mejor de todo ello, a la totalidad los jugadores a los que he tenido la fortuna de dirigir, les he intentado dejar este sello.
Aunque el entrenador sea el ordenador del grupo, quien marque el camino y el protagonista de la idea del proyecto SIEMPRE será más importante el jugador. Sin ellos no hay juego posible, sin sus circunstancias, sus pensamientos, sus actitudes...
Aunque se les presuponga el lícito egoísmo y su percepción visual y espacial sea limitada respecto a la del entrenador, incluso a su entendimiento de la globalidad de todo lo que rodea a este deporte, el jugador es listo y se da cuenta el primer día qué clase de entrenador eres. Si de los que propones un juego bonito y un fútbol de kilates con la boca pequeña y con golpes de pecho para, a la mínima de cambio, le salga la vena de alejarla de un pelotazo o por el contrario eres de ley, esto es, lo que propones lo llevas, sin miedo a nada, mucho menos a los resultados, hasta las últimas consecuencias.
Parafraseando a uno de mis ídolos de los banquillos, el gran Marcelo Bielsa "lo que no debe hacer nunca un entrenador es una cosa y la contraria". De ser así, los jugadores te calan rápido y ese sambenito no hay quien te lo levante.
En fin, sólo son algunas cosas futboleras de una noche de verano.
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