Han bastado una serie de indicativos en uno de los equipos más grandes del mundo (desde que se produjo la marcha de un entrenador del calibre y el carisma de Guardiola así como la desgraciada enfermedad Tito Vilanova) para que todo el concierto futbolístico vuelva a replantearse la globalidad de la figura de un entrenador a las órdenes de un equipo de fútbol.
No sé a cuántos, que ahora quedan en evidencia, les he escuchado que "un equipo grande se lleva con la gorra", "no necesitan entrenador, juegan solos", "pueden autogestionarse"....y nada más lejos de la realidad, son los que tienen la tarea más árdua.
Un entrenador de cualquier equipo de bajo o mediano presupuesto tiene el condicionante negativo que ha de remar a contracorriente deportiva por el hecho de tener una materia prima que gestionar de menor nivel que puede ser suplida con otros valores también imprescindibles para un juego de conjunto (mayor sacrificio, mayor esfuerzo, mayor superación, mas unión del grupo.....).
Un equipo como el Barça, el Madrid u otros grandes de Europa, en los que los jugadores, en su gran mayoría, el talonario les han traido, con sueldos mareantes y con personalidades donde el egocentrismo pueda ser su nota mas distintiva, deben tener al frente de sus plantillas un entrenador muy, muy entrenador. Ésto es, un tipo que sea un líder reconocido para su plantilla, un jerarca del funcionamiento del grupo, alguien en quien la plantilla ve apoyo y soluciones futbolísticas cuando surgen problemas, un timón al que encomendarse, alguien que les exija muchísimo y les obligue a que su rendimiento sea el máximo posible en todo momento y sobre todo, un entrenador que controle todas las variables de este juego.
Dos de estas variables importantísimas y que pueden ser las tareas más importantes de los entrenadores es, sin duda, la preparación de los partidos y la huida de la rutina (ésta suele acomodar al jugador que ha de encontrar continuamente motivación en las acciones de entrenamiento y la competición). No sólo a partir de una buena planificación y ejecución de los entrenamientos previos o un estudio concienzudo del rival. El entrenador, dentro de su vestuario, es cuando ejerce como tal para mostrar todas sus dotes para mostrar el camino y hacer creer, con su comunicación y discurso, a su equipo hacia el objetivo último, la victoria.
Es en ese momento donde confluyen en la figura del entrenador toda su sabiduría, liderazgo, control y saber dar respuesta a cualquier variable futbolística que pueda acontecer (cada uno prepara su dote más su personalidad). Esos minutos son los que determinan qué entrenador eres, cómo estás de preparado y los que, al fin y al cabo, te catapultarán para determinar cuál es tu nivel.
Un grupo de futbolistas necesita un faro guía en su entrenador, una cabeza visible que le aliente en los malos momentos, que gestione su contribución al equipo, que le marque sus paso dentro del terreno de juego, le dé soluciones a sus dudas y sobre todo que le mantenga despierto para el fútbol 25 horas al día y le haga mantener una hambre continua de mejora.
Los jugadores, en general, identifican rápidamente cualquier debilidad o titubeo del que debe ser conductor del grupo y ésto se paga caro, si no inmediatamente, después te pasa por encima cual sunami para hundirte con el sambenito de la permisividad, tantas veces asociada a la fragilidad, cualidad negativa ésta que condena a un entrenador de fútbol.
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