Hablar de este
tema tan peliagudo me produce una especie de escalofrío aunque no por ello voy
a esconder el bulto de poder manifestarme al respecto. La figura de un
entrenador dentro del vestuario es fuerte y débil a la vez, también a la vez es
idolatrado y odiado, así como nuestra vida deportiva depende en muchos casos de
la opinión de un comité de “inexpertos” que suele estar formado por algunos
futbolistas descontentos y algunos dirigentes que has dejado de caerles bien.
Bien es cierto que hay de todo; entrenadores que se creen para sí Dioses de lo
humano y lo divino y llegan a los clubs con un anquilosado aire de superioridad
y endiosamiento que más temprano que tarde su proceder es desmontado por la
insuficiencia de su trabajo. Los hay también demasiado sumisos y permisivos
ante la situación nueva que se le presenta, con un absoluto miedo a alzar la
voz solicitando algún mejor medio para desarrollar su trabajo y todo ello con
tal de no incomodar mucho a quienes le han otorgado el cargo.
Llegados hasta aquí habría que
hacerse varias preguntas: el o los que te han traído, ¿conocen tu trabajo, tu
trayectoria, tu proyecto, tu filosofía y el funcionamiento de un grupo humano?.
Si es así, aunque no estoy absolutamente nada convencido que lo sea, ha de
quedar grabado a fuego en todos los estamentos del club, sólo estando sujetos
al juicio inapelable y lógico de los resultados deportivos, la autonomía del
entrenador en la gestión de estas materias de índole deportiva. En otro ámbito
estaría la relación dentro del vestuario con jugadores y resto de técnicos
¿llega nuestro mensaje al grupo?, es asumido por todos?, soy verdaderamente un
líder para ellos?, van “a muerte” con el proyecto?.
Por mi experiencia en varios
clubs, alguno que otro muy importante, en todos los que he trabajado puedo
decir que he vivido las situaciones más variopintas posibles y algunas de ellas
de no fácil gestión. Siempre he sido muy respetado por todos los futbolistas y
directivos que he tenido. Me considero un inconformista y alguien que desea
sacar al futbolista hasta la última gota de esfuerzo en cada entrenamiento para
que éste mejore lo máximo posible y lo ponga al servicio del equipo.
Otra cosa es cuando intentas ser
justo, fiel a tu forma de entender este deporte y tus principios y dejas fuera
del equipo o de la convocatoria a jugadores acomodados en el club por su idiosincrasia
dentro del equipo o simplemente por ser algunos de los que “parten el bacalao”.
Ahí lo tengo muy claro, sin titubeo alguno, van fuera si es lo que conviene al
equipo. ¿Qué ocurre?, son éstos los que se encargan en intoxicar al resto y al
final “se llevan el gato al agua”; el entrenador saldría del equipo siendo esta
trama o motín secundado por unos dirigentes manipulados que ven en el míster un
demonio cuando poco tiempo antes veían a un ángel. A mí me ha ocurrido pero he
“muerto” con las botas puestas, con la suficiente firmeza y con la cabeza muy
alta de saber lo que hacía.
Un entrenador, en muchos de los
casos, es conciliador y sabe manejar al grupo con ambas manos (dando y
acariciando), en ese caso sólo quedaría ser impermeable y fuerte como un roble
ante las distintas situaciones que han de darse entre todos los componentes de
un grupo humano como es un equipo de fútbol. Por ello, entiendo la situación
por la que pasa Villas-Boas, un técnico de élite jovencísimo (34 años) y en la que
un grupo de “jugadores de peso” de su club, el Chelsea, tiene la firme intención
de bajar el rendimiento para provocar su cese. Esto ocurre y quien niegue que
se suela dar en los equipos de fútbol, me parece que no sabe mucho de tema. Que
Dios le coja confesado porque cuando se llega a este punto me parece que las
heridas abiertas demuestran que no hay vuelta atrás.

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