lunes, 7 de mayo de 2018

LA CEGUERA DE LOS EXTREMISMOS

Si hay algo a lo que le declare perpetua batalla en el tiempo que me toque andar por este mundo es, sin lugar a dudas, al fanatismo y el extremismo traducido en fundamentalismo.
Personas, aparentemente educadas y habiendo invertido gran parte de su vida en su formación, ven transformado su pensamiento arrastradas por el manto de la sinrazón, llegando hasta a ser poseídos.
Bien es sabido que, desde las grandes guerras de la humanidad hasta las ínfimas rencillas interpersonales son motivadas por hacer valer el propio pensamiento llevados al caso extremo.
Queda demostrado que cuanto más fuerte y asentada se estructure la educación que pueda recibirse así como la propia autoeducación, más difícil le será a nuestra área influenciable caer ante las garras de este poderoso velo; aunque incluso así, me temo que la sociedad se cava conscientemente su propia tumba para que así ocurra, no sé si, incluso, en la búsqueda de un efecto placebo.
Sea en la temática que sea, bien en cuanto a relaciones personales, a creencias religiosas, políticas o deportivas, es bochornoso para el raciocinio normalizado asistir a comportamientos absolutamente exacerbados traducidos en ausencia de empatía y cordura, rencillas, rencor, provocación (en utilización, con fuerza masiva, del "brazo armado" de las redes sociales), odio y ceguera.
Cada uno allá consigo y su circunstancia pero triste ejemplo y herencia dejaremos a las próximas generaciones, más aún cuando, a lo largo de la historia, los radicalismos fueron, son y serán claro indicativo de involución.

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